Hector el errante
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Gorbad
pepper
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Hector el errante
si no molesta a nadie
comenzaré a escribir una Historia x capítulos
pepper
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pepper
pepper- Soldado Veterano
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Localización : Macedonia
Fecha de inscripción : 29/05/2008
Acolito
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Re: Hector el errante
"Pocos cronistas han prestado atención al recuerdo del otro Hector.
[...]*1 La noche era clara, la luna brillaba como si la misma Artemisa estuviera allí con su sacra majestad... el peso de la espada le daba nueva seguridad, todo por esa moza, un par de sonrisas y la promesa en sus ojos de una (una sola) de pasión...
Sin embargo, lo más lejano eran los cabellos sedosos de una mujer. Enfrente estaba un nubio de la guardia del sátrapa Artajerges, unos 6 pies de altura, la piel oscura brillante y en su mano derecha una terrible espada, capaz de dividir a un hombre en dos de un solo golpe.
El lugar? una asquerosa taberna en una villa cerca en la región de Jonia. El nubio se había atrevido a tocar las piernas a la moza y eso bastó para que una pesada copa recorriera el trayecto de la mano de Hector a la cabeza rapada del nubio. El golpe fue seco
la salida fue apresurada y el nubio estaba furioso, se acercó corriendo a toda velocidad con su espada buscando la cabeza de Hector
[...] pero era el nubio poco cosa para un mercenario griego de la calidad y experiencia de Hector. Sonrío para si mismo, esquivó el golpe ya que no podía parar con su espada corta el terrible ataque del negro. Además tenía casi un pie menos de altura que el guardia del sátrapa.
Aguantó, primero unos pocos segundos, que se volvieron minutos, hasta que el feroz negro se empezó a cansar, sus golpes eran más débiles pero no por ello menos peligros, hasta que vio lo que esperaba... un hueco en su defensa. Esa era la señal!
hundió su metal en el cuerpo del guardia, clavó, desclavó y con un pequeño cuchillo, hizo un tajo de lado en el cuello del nubio.
No hubo noche de pasión, ni moza ni más vino esa noche.
Acababa de perder el mejor trabajo que tuvo en esos años. Como jefe de una sección de los mercenarios rodenses de Artajerges, cobraba bien y los Daríos de oro que hacían un agradable ruido en su bolsillo le facilitaban muchas cosas.
Pero el nubio, al parecer ofrecía mejores servicios a su sátrapa...
[...] (Este sector del pergamino se encuentra muy deteriorado)
Hector no se lamentaba, su vida ya había recorrido muchos caminos, por tierra o por mar, y este no era el primero.
Sabía que volvería a su querida Hélade, pero antes debía juntar un poco de dinero. Puso rumbo a Chipre, donde tenía unos conocidos en un puerto fenicio que lo ayudarían y de ahi tomaría algún barco para retornar a su terruño.
Su padre, un sofista le posibilitó la mejor educación posible, y asi frecuentró a maestros y pedagogos, pero la muerte de su padre hizo de él un jóven que rapidamente se dedicó primero al cuchillo, la daga y finalmente la espada. El recuerdo de su educación era tan sólido, que casi podía llamársele mercenario-filósofo.
Gustaba de hablar de las hazañas de los dioses y héroes, sin embargo, no creía en ellos bajo ningún concepto. Era un buen bebedor y un excelente compañero de armas, el primero en entrar al combate y el último en retirarse de él. Su espada era la misma desde los 21 años, un trofeo ganado a un espartano exiliado en persia, y la cuidaba con esmero, sabía que ella había prestado numerosos servicios a favor suyo.
Después del invierno en Chipre y con suficiente oro y plata en el bolsillo, además de la recomendación del capitán Estifigión, un veterano de la guerra contra los medos, se dirigió a Rodas. Allí, la aristocracia local estaba buscando mercenarios experimentados, para lanzarse a la conquista de unas islas cercanas.
Rodas, su puerto, su vino y su sol, aseguraban que la estadía no dejaría de dar sus frutos..."
(Continuará)
*Notas del autor: en algunas partes adaptamos el lenguaje para facilitar su lectura. lamentablemente ciertas líneas el manuscrito son ilegibles[img][/img]
[...]*1 La noche era clara, la luna brillaba como si la misma Artemisa estuviera allí con su sacra majestad... el peso de la espada le daba nueva seguridad, todo por esa moza, un par de sonrisas y la promesa en sus ojos de una (una sola) de pasión...
Sin embargo, lo más lejano eran los cabellos sedosos de una mujer. Enfrente estaba un nubio de la guardia del sátrapa Artajerges, unos 6 pies de altura, la piel oscura brillante y en su mano derecha una terrible espada, capaz de dividir a un hombre en dos de un solo golpe.
El lugar? una asquerosa taberna en una villa cerca en la región de Jonia. El nubio se había atrevido a tocar las piernas a la moza y eso bastó para que una pesada copa recorriera el trayecto de la mano de Hector a la cabeza rapada del nubio. El golpe fue seco
la salida fue apresurada y el nubio estaba furioso, se acercó corriendo a toda velocidad con su espada buscando la cabeza de Hector
[...] pero era el nubio poco cosa para un mercenario griego de la calidad y experiencia de Hector. Sonrío para si mismo, esquivó el golpe ya que no podía parar con su espada corta el terrible ataque del negro. Además tenía casi un pie menos de altura que el guardia del sátrapa.
Aguantó, primero unos pocos segundos, que se volvieron minutos, hasta que el feroz negro se empezó a cansar, sus golpes eran más débiles pero no por ello menos peligros, hasta que vio lo que esperaba... un hueco en su defensa. Esa era la señal!
hundió su metal en el cuerpo del guardia, clavó, desclavó y con un pequeño cuchillo, hizo un tajo de lado en el cuello del nubio.
No hubo noche de pasión, ni moza ni más vino esa noche.
Acababa de perder el mejor trabajo que tuvo en esos años. Como jefe de una sección de los mercenarios rodenses de Artajerges, cobraba bien y los Daríos de oro que hacían un agradable ruido en su bolsillo le facilitaban muchas cosas.
Pero el nubio, al parecer ofrecía mejores servicios a su sátrapa...
[...] (Este sector del pergamino se encuentra muy deteriorado)
Hector no se lamentaba, su vida ya había recorrido muchos caminos, por tierra o por mar, y este no era el primero.
Sabía que volvería a su querida Hélade, pero antes debía juntar un poco de dinero. Puso rumbo a Chipre, donde tenía unos conocidos en un puerto fenicio que lo ayudarían y de ahi tomaría algún barco para retornar a su terruño.
Su padre, un sofista le posibilitó la mejor educación posible, y asi frecuentró a maestros y pedagogos, pero la muerte de su padre hizo de él un jóven que rapidamente se dedicó primero al cuchillo, la daga y finalmente la espada. El recuerdo de su educación era tan sólido, que casi podía llamársele mercenario-filósofo.
Gustaba de hablar de las hazañas de los dioses y héroes, sin embargo, no creía en ellos bajo ningún concepto. Era un buen bebedor y un excelente compañero de armas, el primero en entrar al combate y el último en retirarse de él. Su espada era la misma desde los 21 años, un trofeo ganado a un espartano exiliado en persia, y la cuidaba con esmero, sabía que ella había prestado numerosos servicios a favor suyo.
Después del invierno en Chipre y con suficiente oro y plata en el bolsillo, además de la recomendación del capitán Estifigión, un veterano de la guerra contra los medos, se dirigió a Rodas. Allí, la aristocracia local estaba buscando mercenarios experimentados, para lanzarse a la conquista de unas islas cercanas.
Rodas, su puerto, su vino y su sol, aseguraban que la estadía no dejaría de dar sus frutos..."
(Continuará)
*Notas del autor: en algunas partes adaptamos el lenguaje para facilitar su lectura. lamentablemente ciertas líneas el manuscrito son ilegibles[img][/img]
pepper- Soldado Veterano
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Acolito
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Re: Hector el errante
BIEN PEPPER!!! POR FIN ALGO POTABLE QUE LEER!!! Si te molestan los post intermedios aca los borrro, junto con este mio.
Gorbad- Admin
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Acolito
Nombre del Personaje: Gorbad G. Gorbad
Re: Hector el errante
no hay problema
si prenden en los que postean de la alianza
seguirán los capítulos, uno x semana si es posible traducirlos a tiempo del antiguo dialecto eolio
si prenden en los que postean de la alianza
seguirán los capítulos, uno x semana si es posible traducirlos a tiempo del antiguo dialecto eolio
pepper- Soldado Veterano
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Localización : Macedonia
Fecha de inscripción : 29/05/2008
Acolito
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Re: Hector el errante
muy bueno!!!! especialemente el recuerdo de la adorada Artemisa!!!! un aplauso para hector y su escriba pepper
Nats- Sacerdotisa de Artemisa
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Edad : 41
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Acolito
Nombre del Personaje:
Re: Hector el errante
Odiaba las tormentas...
Recordaba las palabras de su padre, que los griegos eran fruto de la unión de la sal del mar, la escasa tierra fértil negra y la dureza de la montaña.
Ir de un lado al otro de un trirreme no le agradaba, pero sabía que no había mejor opción. A su lado un ateniense pedía misericordia. Pobre! si Poseidón amanecía con mal humor, todos estaban perdidos.
Igual sobrevivieron y llegaron a Rodas. La ciudad era deslumbrante, aprovechaba bien su condición de intermediaria entre Oriente y Hélade. Su oligarquía creía que era el momento de la expansión. Sin embargo, estaban equivocados; no se habían definido claramente. O estaban con los espartanos o eran aliados de Tebas.
Hector lo sabía bien. Habían pasado los días de gloria de atenienses y espartanos. Sólo eran sobras de las sombras de sus antepasados. Dependían del oro del Gran Rey de Persia, el afeminado Rey de Reyes que vivía en Susa.
Nada de eso importaba a Hector. Rodas pagaba bien, y el necesitaba oro.
Cuando llegó a la isla, que le pareció hermosa, y escuchó en el rico dialecto dorio que había problemas internos, supo que su espada no tendría una estancia tranquila.
Otro mercenario, que portaba una medalla de plata de Artemisa forjada en Éfeso, se dirigió a él discretamente: "¡Hemos llegado tarde, compañero, aquí las espadas han sido desenvainadas!".
Hector no respondió y siguió camino hasta el recinto de Gobierno, no pudo acercarse lo suficiente. Una rencilla entre guardias cortaba la sucia callejuela. No era su lucha. Decidió irse del lugar. Un focense murió en esa jornada.
Un sector contrario a los espartanos había vencido y llamaba a los hombres a las armas. Había oro que distribuir y Hector no podía desaprovechar la oportunidad.
Un último intento de oposición se organizó en una isla cercana. Hector, contratado por unas 150 dracmas de oro, fue designado jefe de un grupo de desembarco. Trás abandonar el barco espolón, se dirigieron al campamento rebelde.
Pasaron por el filo de la daga hasta el último insubordinado...
Ni uno solo quedo vivo y no sentía nada por ello. No fue fácil tomar el recinto, así que para no ser menos, no fue generosa la ofensiva y el asalto.
Hector solo podía imaginar más días de lucha y saqueo, excesos y el horror de la guerra que lo acompañaría hasta su muerte. Su espada estaba roja y la costra de la sangre recorría su antebrazo. Esa era la vida que había elegido y no podía evitarla.
Unos soldados requisaban hasta lo imposible.
El rumor de la guerra llegaba desde el norte. Una nueva potencia nacía en Grecia y reclamaba un lugar en la Historia...
Recordaba las palabras de su padre, que los griegos eran fruto de la unión de la sal del mar, la escasa tierra fértil negra y la dureza de la montaña.
Ir de un lado al otro de un trirreme no le agradaba, pero sabía que no había mejor opción. A su lado un ateniense pedía misericordia. Pobre! si Poseidón amanecía con mal humor, todos estaban perdidos.
Igual sobrevivieron y llegaron a Rodas. La ciudad era deslumbrante, aprovechaba bien su condición de intermediaria entre Oriente y Hélade. Su oligarquía creía que era el momento de la expansión. Sin embargo, estaban equivocados; no se habían definido claramente. O estaban con los espartanos o eran aliados de Tebas.
Hector lo sabía bien. Habían pasado los días de gloria de atenienses y espartanos. Sólo eran sobras de las sombras de sus antepasados. Dependían del oro del Gran Rey de Persia, el afeminado Rey de Reyes que vivía en Susa.
Nada de eso importaba a Hector. Rodas pagaba bien, y el necesitaba oro.
Cuando llegó a la isla, que le pareció hermosa, y escuchó en el rico dialecto dorio que había problemas internos, supo que su espada no tendría una estancia tranquila.
Otro mercenario, que portaba una medalla de plata de Artemisa forjada en Éfeso, se dirigió a él discretamente: "¡Hemos llegado tarde, compañero, aquí las espadas han sido desenvainadas!".
Hector no respondió y siguió camino hasta el recinto de Gobierno, no pudo acercarse lo suficiente. Una rencilla entre guardias cortaba la sucia callejuela. No era su lucha. Decidió irse del lugar. Un focense murió en esa jornada.
Un sector contrario a los espartanos había vencido y llamaba a los hombres a las armas. Había oro que distribuir y Hector no podía desaprovechar la oportunidad.
Un último intento de oposición se organizó en una isla cercana. Hector, contratado por unas 150 dracmas de oro, fue designado jefe de un grupo de desembarco. Trás abandonar el barco espolón, se dirigieron al campamento rebelde.
Pasaron por el filo de la daga hasta el último insubordinado...
Ni uno solo quedo vivo y no sentía nada por ello. No fue fácil tomar el recinto, así que para no ser menos, no fue generosa la ofensiva y el asalto.
Hector solo podía imaginar más días de lucha y saqueo, excesos y el horror de la guerra que lo acompañaría hasta su muerte. Su espada estaba roja y la costra de la sangre recorría su antebrazo. Esa era la vida que había elegido y no podía evitarla.
Unos soldados requisaban hasta lo imposible.
El rumor de la guerra llegaba desde el norte. Una nueva potencia nacía en Grecia y reclamaba un lugar en la Historia...
pepper- Soldado Veterano
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Acolito
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Re: Hector el errante
Tras el último asalto en que participó, Hector pudo recabar información sobre los sucesos del Norte. Las noticias hablaban del equilibrio entre lacedemonios, atenienses y tebanos. Todos muy debilitados por más de 30 años de lucha y de la intensa actividad del rey de los Macedonios, un tal Filipo, mitad bárbaro, mitad genio, casi indigno de llamarse bárbaro. Nada le decía este nombre ahora, pero en unos años, serviría bajo su mando e incluso pelearían en el mismo cuadro.
Los días pasados habían sido de febril actividad en Rodas, se recibían constantes informes de apoyo a la oligarquía rodense, de todas las Cícladas llegaban comunicaciones de apoyo.
La marina rodense asaltó a unas polis al sur de Jonia que apoyaban a los espartanos, obteniendo una considerable fortuna. Sin embargo, Rodas aún no había recibido ni a los diplomáticos atenienses ni a los tebanos y eso podía ser un grave error.
Por el momento podían mantener su independencia de criterio. A Hector por su experiencia se lo nombre jefe de una escuadra de infantes embarcados. Por el momento se dedicó a entrenarlos en el uso de la espada, puesto que aún eran muy bisoños. Sabía que podía confiar en una plegaria a Artemisa que a esa reunión de jóvenes, voluntariosos pero sin habilidad alguna.
Un jefe de una escuadra embarcada en tierra no era un personaje muy interesante, además detestaba al capitán del trirreme donde prestaba servicio y procuraba evitarlo. Por otra parte como detestaba a los espartanos quería que la ciudad firme una alianza con Tebas y pelear junto a la Falange Sagrada y eliminar a los espartanos.
En los últimos años, se deshonraron a si mismos, ya habían pasado los días en que su rey Leónidas había salvado a la Hélade con 300 valientes en las Termópilas.
Las campañas de Lisandro y sus sucesores degeneraron en una guerra de helenos contra helenos, tirando por la borda el esfuerzo común de alejar el peligro medo. Al contrario, su ambición los había llevado a aceptar el oro del Rey de Reyes.
Cincuenta hombres estaban a su mando, contaba con un ayudante de Focea, muy hábil en el uso de la daga y empedernido jugador. Recibieron orden de embarcarse junto a otras dos naves, al parecer mantendrían vigilancia en torno a una pequeña fortaleza en Samos. Nada más que eso se le informó y que sería el segundo al mando del jefe de los infantes.
Su experiencia militar le decía que solo serían una punta de lanza. La fortaleza vigilaba el tráfico hacia Mileto y estaba guarnecida por unos pocos espolones. De cualquier manera no estaban en guerra y la isla apoyaba a los atenienses.
Pelearía Rodas en el bando de Tebas.
Al aproximarse a la isla vieron unos barcos pesqueros, decidieron no acercarse y esperar a la noche. Hector y su grupo de veinticinco hombres desembarcaron por la noche en botes. Al llegar a la madrugada se escondieron en un bosque. Recostados hicieron guardia durante casi todo la jornada, casi sin moverse, podría haberselos confundido con 25 cadaveres.
Aburrido observó el grupo de pescadores, hábiles y pacientes, pero el centro de su atención estaba en la fortaleza. Descubrió sorprendido que no eran unos pocos espolones lo que allí había: una flota de guerra completa estaba escondida al otro lado de la estrecha ensenada que debía ser custodiada. No tardarían en descubrir a sus barcos de transporte.
Pero no podían moverse, ya que del bosque a la playa llevando sus botes se verían muy expuestos a un ataque por tierra y si lograban hacerse a la mar podían ser cercados por un espolón y sus arqueros los asesinarían con pasmosa facilidad.
Pero lo peor llegó después de almorzar, los barcos comenzaron a moverse en tres grupos: dos espolones y un ballesta en cada uno. Uno grupo avanzaba en línea recta hacia sus buques de transporte y dos flanqueándolos.
No había ya forma de comunicarles la mala nueva, solo quedaba esperar el desenlace. Se imaginaba a sus compañeros peleando a la desesperada inutilmente.
Al cabo de unos pocos momentos vieron humo en el horizonte.
Retornaron 6 naves a su base, dos por grupo, muy deterioradas. Los rodenses sabían hacer su oficio, pero una desventaja de tres a uno en el mar era demasiado.
Hector y sus hombres decidieron hacer un consejo al atardecer. Las opciones no eran fáciles de escoger. O rendirse (posibilidad que Hector no aceptaría nunca), vender sus servicios a Samos, es decir a Atenas, o tratar de tomar una embarcación y huir hacia Rodas.
Hector decidió dividir el grupo en dos: uno de quince de hombres y otro de diez. Una vez dadas las correspondientes instrucciones, tomaron un poco del vino de sus alforjas y desenvainaron al unísono sus espadas.
Hector dirigió el asalto, su escuadro nadó unos quince minutos en la más absoluta oscuridad
al llegar al puerto, lo vió custodiado por solo dos guardias en un puesto y otros tres en el muelle. Algunos estaban bebiendo, aún mejor para sus planes.
Se mantuvieron unos minutos esperando ordenes. Hector escogio los mejores nadadores y había acertado en su decisión, los cinco guardias fueron asesinados. Escogieron una pequeña embarcación de una sola línea de remos. Los hombres de Hector abrieron los vientres de los guardias luego de despojarlos de sus ropas y los lanzaron al mar, así ya no flotarían.
Se pusieron a hacer guardia cinco de ellos y esperar al otro grupo de hoplitas.
Pocos instantes después escucharon un ligero golpe en un escudo, era la señal convenida.
A punta de espada y lanza el otro grupo de hoplitas traía prisioneros unos hombres. Eran los pescadores, hábiles navegantes que habían sido despertados a mitad de la noche y eran conducidos a un incierto destino. Si se resistían iban a ser degollados. Debían conducir la embarcación.
Cortaron las amarras, y empezaron a remar lentamente, la tensión era evidente pero nada ocurriía. Solo más tarde, vieron actividad en el puerto. Ya estaban lo suficientemente lejos para que los alcancen. Los pescadores atemorizados observaron las estrellas adecuadamente y pusieron proa rumbo a Rodas, con un poco de suerte en un día de navegación estarían en Rodas.
Al llegar tomaron conocimiento de que nada se sabía de sus tres naves de transporte.
Informaron a los gobernantes rodenses de la intensa actividad militar en Samos. De Tebas solo llegaron corteses palabras y nada mas, en tanto que Atenas había auxiliado bien a su aliado.
Rodas había cometido un grosero error y el viento solo traía malas noticias.
Hector descansó esa noche profundamente. El y sus hombres fueron bien recompensados por sus servicios.
Pronto entrarían en combate.
Los días pasados habían sido de febril actividad en Rodas, se recibían constantes informes de apoyo a la oligarquía rodense, de todas las Cícladas llegaban comunicaciones de apoyo.
La marina rodense asaltó a unas polis al sur de Jonia que apoyaban a los espartanos, obteniendo una considerable fortuna. Sin embargo, Rodas aún no había recibido ni a los diplomáticos atenienses ni a los tebanos y eso podía ser un grave error.
Por el momento podían mantener su independencia de criterio. A Hector por su experiencia se lo nombre jefe de una escuadra de infantes embarcados. Por el momento se dedicó a entrenarlos en el uso de la espada, puesto que aún eran muy bisoños. Sabía que podía confiar en una plegaria a Artemisa que a esa reunión de jóvenes, voluntariosos pero sin habilidad alguna.
Un jefe de una escuadra embarcada en tierra no era un personaje muy interesante, además detestaba al capitán del trirreme donde prestaba servicio y procuraba evitarlo. Por otra parte como detestaba a los espartanos quería que la ciudad firme una alianza con Tebas y pelear junto a la Falange Sagrada y eliminar a los espartanos.
En los últimos años, se deshonraron a si mismos, ya habían pasado los días en que su rey Leónidas había salvado a la Hélade con 300 valientes en las Termópilas.
Las campañas de Lisandro y sus sucesores degeneraron en una guerra de helenos contra helenos, tirando por la borda el esfuerzo común de alejar el peligro medo. Al contrario, su ambición los había llevado a aceptar el oro del Rey de Reyes.
Cincuenta hombres estaban a su mando, contaba con un ayudante de Focea, muy hábil en el uso de la daga y empedernido jugador. Recibieron orden de embarcarse junto a otras dos naves, al parecer mantendrían vigilancia en torno a una pequeña fortaleza en Samos. Nada más que eso se le informó y que sería el segundo al mando del jefe de los infantes.
Su experiencia militar le decía que solo serían una punta de lanza. La fortaleza vigilaba el tráfico hacia Mileto y estaba guarnecida por unos pocos espolones. De cualquier manera no estaban en guerra y la isla apoyaba a los atenienses.
Pelearía Rodas en el bando de Tebas.
Al aproximarse a la isla vieron unos barcos pesqueros, decidieron no acercarse y esperar a la noche. Hector y su grupo de veinticinco hombres desembarcaron por la noche en botes. Al llegar a la madrugada se escondieron en un bosque. Recostados hicieron guardia durante casi todo la jornada, casi sin moverse, podría haberselos confundido con 25 cadaveres.
Aburrido observó el grupo de pescadores, hábiles y pacientes, pero el centro de su atención estaba en la fortaleza. Descubrió sorprendido que no eran unos pocos espolones lo que allí había: una flota de guerra completa estaba escondida al otro lado de la estrecha ensenada que debía ser custodiada. No tardarían en descubrir a sus barcos de transporte.
Pero no podían moverse, ya que del bosque a la playa llevando sus botes se verían muy expuestos a un ataque por tierra y si lograban hacerse a la mar podían ser cercados por un espolón y sus arqueros los asesinarían con pasmosa facilidad.
Pero lo peor llegó después de almorzar, los barcos comenzaron a moverse en tres grupos: dos espolones y un ballesta en cada uno. Uno grupo avanzaba en línea recta hacia sus buques de transporte y dos flanqueándolos.
No había ya forma de comunicarles la mala nueva, solo quedaba esperar el desenlace. Se imaginaba a sus compañeros peleando a la desesperada inutilmente.
Al cabo de unos pocos momentos vieron humo en el horizonte.
Retornaron 6 naves a su base, dos por grupo, muy deterioradas. Los rodenses sabían hacer su oficio, pero una desventaja de tres a uno en el mar era demasiado.
Hector y sus hombres decidieron hacer un consejo al atardecer. Las opciones no eran fáciles de escoger. O rendirse (posibilidad que Hector no aceptaría nunca), vender sus servicios a Samos, es decir a Atenas, o tratar de tomar una embarcación y huir hacia Rodas.
Hector decidió dividir el grupo en dos: uno de quince de hombres y otro de diez. Una vez dadas las correspondientes instrucciones, tomaron un poco del vino de sus alforjas y desenvainaron al unísono sus espadas.
Hector dirigió el asalto, su escuadro nadó unos quince minutos en la más absoluta oscuridad
al llegar al puerto, lo vió custodiado por solo dos guardias en un puesto y otros tres en el muelle. Algunos estaban bebiendo, aún mejor para sus planes.
Se mantuvieron unos minutos esperando ordenes. Hector escogio los mejores nadadores y había acertado en su decisión, los cinco guardias fueron asesinados. Escogieron una pequeña embarcación de una sola línea de remos. Los hombres de Hector abrieron los vientres de los guardias luego de despojarlos de sus ropas y los lanzaron al mar, así ya no flotarían.
Se pusieron a hacer guardia cinco de ellos y esperar al otro grupo de hoplitas.
Pocos instantes después escucharon un ligero golpe en un escudo, era la señal convenida.
A punta de espada y lanza el otro grupo de hoplitas traía prisioneros unos hombres. Eran los pescadores, hábiles navegantes que habían sido despertados a mitad de la noche y eran conducidos a un incierto destino. Si se resistían iban a ser degollados. Debían conducir la embarcación.
Cortaron las amarras, y empezaron a remar lentamente, la tensión era evidente pero nada ocurriía. Solo más tarde, vieron actividad en el puerto. Ya estaban lo suficientemente lejos para que los alcancen. Los pescadores atemorizados observaron las estrellas adecuadamente y pusieron proa rumbo a Rodas, con un poco de suerte en un día de navegación estarían en Rodas.
Al llegar tomaron conocimiento de que nada se sabía de sus tres naves de transporte.
Informaron a los gobernantes rodenses de la intensa actividad militar en Samos. De Tebas solo llegaron corteses palabras y nada mas, en tanto que Atenas había auxiliado bien a su aliado.
Rodas había cometido un grosero error y el viento solo traía malas noticias.
Hector descansó esa noche profundamente. El y sus hombres fueron bien recompensados por sus servicios.
Pronto entrarían en combate.
pepper- Soldado Veterano
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Acolito
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Re: Hector el errante
El recibimiento para Héctor y sus compañeros no fue el mejor. Durante días se sintió perseguido, pero no podía identificar a quienes seguían sus pasos. Dudaban de que él o sus compañeros hubieran sido sobornados en Samos.
Pasados tres días, pudo identificar a sus perseguidores. Dos sicarios, uno alto y delgado con un horrible tajo en el rostro y otro pequeño y fornido.
Decidió ganarles una vez terminada su guardia en el puerto. Los afrontó al anochecer.
Espero en una esquina, oculto en silencio tras una enorme vasija, cuando doblaran, estaba decidido, acuchillaría al más próximo. Hubiera sido mejor atacar por sorpresa al más bajo, pero asestó un tajo al alto en la ingle. El más bajo sacó su espada y atacó. Tenía mucha fuerza y no dejaba espacio para pensar.
Mientras el otro trataba de vendarse la herida, que sangraba y mucho, Héctor decidió resistir y esperar que el otro se canse. Parecía más diestro en la espada que él, el cansancio, esperaba, debía emparejar la situación.
Trataba de llevarlo hacia la pared, pero Héctor no retrocedía. De repente hizo un movimiento errado y Héctor pudo empezar a devolver los golpes hasta que lo hizo tropezar con su compañero herido. El sicario cayó y Héctor atravesó su vientre.
Tardaría un poco en morir. Héctor encaró al otro perseguidor, pero era demasiado tarde, se había desmayado por la enorme cantidad de sangre que perdió en la herida. El charco oscuro en el suelo lo probaba. Si no lo atendían pronto moriría. Héctor no iba a hacerse responsable por esa atención y lo mató. Sería una buena señal para cualquiera que dude de él. Deberían mandar más asesinos o confiar.
Al día siguiente, recibió una visita. Su viejo amigo, el capitán Estifigión llamó a su puerta. Tomaron un poco de vino y brindaron amargamente por la guerra que les daría trabajo a ambos en los próximos meses.
Héctor fue designado para custodiar la zona en torno al puerto y Estifigión comandaría una escuadra de espolones. Tendrían oportunidad para hablar con frecuencia.
Héctor decidió entrenar a sus hombres. Esperaba que el ataque de Samos y sus aliados atenienses se produjera pronto. El capitán estaba de acuerdo con él.
Solicitó un ayudante y le fue otorgado. Luego de un mes, fue junto a él que vio la llegada de un mercante escoltado por la nave capitana de Estifigión. El capitán y el dueño del mercante arribaron al puerto, pasaron rápidamente el templo de Artemisa camino de la sede de gobierno. Los escoltaron a palacio y Héctor decidió esperar a su amigo, en tanto que su ayudante fue enviado a convocar a toda la guarnición del puerto y ponerlos a disposición.
Estifigión salió preocupado de palacio. Héctor hizo el camino de regreso al puerto con él. Toda la flota de Samos llegaría en pocas horas. No venían a bloquear el puerto. Tenían por misión asaltar Rodas. La flota, además de las 100 naves de guerra, transportaba tres mil hombres entre honderos, espadachines, hoplitas y arqueros.
Se enviaron comunicaciones urgentes para traer las naves que Rodas tenía escondidas en algunas ensenadas cercanas y se convocaba a la milicia de las localidades del interior de la isla. Tardarían al menos medio día en organizarse y movilizarse y Rodas no disponía de esas horas.
Héctor reunió a sus 250 hombres y solicitó un refuerzo de 50 hoplitas y 25 arqueros. En el caso de que la flota sea derrotada podría contenerlos en los muelles. En las murallas y en el interior de la ciudad había un total de 900 hombres.
Con solo esas fuerzas deberían resistir si Estifigión era derrotado.
Las naves al mando de su viejo compañero eran 50, pero decidió dejar 10 embarcaciones en el puerto y tratar de resistir en una primera línea de defensa para dar tiempo a los refuerzos...
Pasados tres días, pudo identificar a sus perseguidores. Dos sicarios, uno alto y delgado con un horrible tajo en el rostro y otro pequeño y fornido.
Decidió ganarles una vez terminada su guardia en el puerto. Los afrontó al anochecer.
Espero en una esquina, oculto en silencio tras una enorme vasija, cuando doblaran, estaba decidido, acuchillaría al más próximo. Hubiera sido mejor atacar por sorpresa al más bajo, pero asestó un tajo al alto en la ingle. El más bajo sacó su espada y atacó. Tenía mucha fuerza y no dejaba espacio para pensar.
Mientras el otro trataba de vendarse la herida, que sangraba y mucho, Héctor decidió resistir y esperar que el otro se canse. Parecía más diestro en la espada que él, el cansancio, esperaba, debía emparejar la situación.
Trataba de llevarlo hacia la pared, pero Héctor no retrocedía. De repente hizo un movimiento errado y Héctor pudo empezar a devolver los golpes hasta que lo hizo tropezar con su compañero herido. El sicario cayó y Héctor atravesó su vientre.
Tardaría un poco en morir. Héctor encaró al otro perseguidor, pero era demasiado tarde, se había desmayado por la enorme cantidad de sangre que perdió en la herida. El charco oscuro en el suelo lo probaba. Si no lo atendían pronto moriría. Héctor no iba a hacerse responsable por esa atención y lo mató. Sería una buena señal para cualquiera que dude de él. Deberían mandar más asesinos o confiar.
Al día siguiente, recibió una visita. Su viejo amigo, el capitán Estifigión llamó a su puerta. Tomaron un poco de vino y brindaron amargamente por la guerra que les daría trabajo a ambos en los próximos meses.
Héctor fue designado para custodiar la zona en torno al puerto y Estifigión comandaría una escuadra de espolones. Tendrían oportunidad para hablar con frecuencia.
Héctor decidió entrenar a sus hombres. Esperaba que el ataque de Samos y sus aliados atenienses se produjera pronto. El capitán estaba de acuerdo con él.
Solicitó un ayudante y le fue otorgado. Luego de un mes, fue junto a él que vio la llegada de un mercante escoltado por la nave capitana de Estifigión. El capitán y el dueño del mercante arribaron al puerto, pasaron rápidamente el templo de Artemisa camino de la sede de gobierno. Los escoltaron a palacio y Héctor decidió esperar a su amigo, en tanto que su ayudante fue enviado a convocar a toda la guarnición del puerto y ponerlos a disposición.
Estifigión salió preocupado de palacio. Héctor hizo el camino de regreso al puerto con él. Toda la flota de Samos llegaría en pocas horas. No venían a bloquear el puerto. Tenían por misión asaltar Rodas. La flota, además de las 100 naves de guerra, transportaba tres mil hombres entre honderos, espadachines, hoplitas y arqueros.
Se enviaron comunicaciones urgentes para traer las naves que Rodas tenía escondidas en algunas ensenadas cercanas y se convocaba a la milicia de las localidades del interior de la isla. Tardarían al menos medio día en organizarse y movilizarse y Rodas no disponía de esas horas.
Héctor reunió a sus 250 hombres y solicitó un refuerzo de 50 hoplitas y 25 arqueros. En el caso de que la flota sea derrotada podría contenerlos en los muelles. En las murallas y en el interior de la ciudad había un total de 900 hombres.
Con solo esas fuerzas deberían resistir si Estifigión era derrotado.
Las naves al mando de su viejo compañero eran 50, pero decidió dejar 10 embarcaciones en el puerto y tratar de resistir en una primera línea de defensa para dar tiempo a los refuerzos...
pepper- Soldado Veterano
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Re: Hector el errante
Arrgghhhm el suspenso me mata!!!
Perdón, podes borrar este post...
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Gorbad- Admin
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Re: Hector el errante
Shhhhhhh (bien de cine)
Vamos Pepper el Aeda, carajo!
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Ozzymandias- Señor del Orbe Invernal
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Re: Hector el errante
A pesar de lo desesperante que se mostraba el panorama para Rodas, el plan de ataque de Samos le parecía a Héctor un error. Si bien podían tomar y asaltar la ciudad en pocas horas, era necesaria una extraordinaria coordinación para conseguirlo. Si Samos contaba con los suficientes marinos expertos era una cosa, pero el grueso de esa flota olía a Atenas lo mismo que el ejército de asalto. Así que deberían subordinarse a las órdenes de la gloriosa ciudad ya que el ejército y marina de Samos eran demasiado pequeños.
Desde Rodas partieron pedidos de ayuda desesperados para Tebas, que posiblemente habrían de llegar cuando la ciudad sea un montón de cenizas.
Esa misma tarde cuando dio las órdenes necesarias a sus hombres convocó a Estifigión y en un ambiente marcial llamó a los oligarcas rodenses al puerto. Entre todos habrían de planificar la salvación o una resistencia prolongada de la ciudad.
Como Héctor no tenía los suficientes conocimientos náuticos dejó esa parte del plan a Estifigión y él se dedicó a redistribuir mentalmente a los hombres disponibles. Si bien las fuerzas enemigas eran superiores no alcanzaban para sitiar adecuadamente a la polis.
Podían forzar a las naves de Estifigión y atacar a la ciudad mediante un desembarco rápido, pero el puerto de Rodas no era lo suficientemente grande para alojar a cien naves de guerra y los transportes al mismo tiempo. Allí los esperaría Héctor.
El enemigo, al menos según los datos del mercante, por el momento no contaba con la opción de destruir la flota y posibilitar el desembarco en lugares próximos a la capital rodense por falta de hombres y naves de transporte para asegurar un sitio en regla.
Estifigión se limitó a explicar su situación y lo mismo hizo Héctor, se saludaron con un abrazo y se despidieron. Dos de los miembros del consejo oligarca se ofrecieron a organizar una guardia ciudadana, lo cual ya era una muestra de valentía en gente de esa calaña.
Cayó la noche y no había novedades de la flota enemiga, eso era malo para Rodas ya que podían estar viéndose reforzados en naves y hombres. La flota de Estifigión enviaba señales a la costa, no había nada. Héctor dejo al mando a su ayudante y se recostó…
Una joven y bella cazadora con arco disparaba hacia la oscuridad una y otra vez, se movía rápidamente y volvía a repetir la acción. Repentinamente una jauría destrozaba a un ciervo.
Varias veces…
Héctor se despertó sobresaltado y encontró a su ayudante frente a él. La flota de Estifigión se ponía en marcha. El experimentado marino apenas avistó las velas enemigas se lanzó al ataque. Sabía que atacando con velocidad pero manteniendo el orden podía sorprender al almirante rival.
Héctor se acercó al muelle y trató de ver la acción. Estifigión lo estaba consiguiendo, destrozaba con la celeridad de un rayo a una parte del enemigo, pero la superioridad numérica emparejaría pronto la situación.
Pronto aparecieron llamas en el horizonte, sin embargo, la nave capitana seguía a la vista. El combate naval aún era victorioso.
Pasadas cuatro largas horas empezaba a verse rodeada la flotas rodense y el cerco de las naves enemigas era cada vez más estrecho. Salió la nave capitana muy dañada y la siguieron otras cinco. El resto estaba perdido.
Flanqueándolas venían dos naves enemigas y una escuadra de desembarco que les arrojaban todo lo que tenían disponible. Otras naves se acercaban y se les unían. Las diez naves rodenses de reserva entraron en combate. Pero ya se acercaban a los muelles y era muy estrecho el espacio para combatir. Todo era una confusión: saetas, piedras, fuego y lanzas cubrían el aire, los gritos destrozaban los oídos.
Los soldados de Samos y Atenas estaban próximos a desembarcar beneficiados por el caos.
La cazadora…
El jefe de la escuadra de desembarco enemiga estaba saltando hacia el muelle y cuando estaba a punto de pisar el puerto una flecha le atravesó el rostro. Nunca se supo de donde vino esa flecha.
Fue la señal.
Los arqueros rodensess corrieron y dispararon una lluvia de flechas de tales proporciones que cubrieron las naves de desembarco durante un instante. Otros enemigos bajaron de botes. Cuando se acercaron lo suficiente también fueron saludados por las saetas adecuadamente.
El combate marino seguía desarrollándose a pesar de la segura derrota. La nave de Estifigión ya estaba en puerto, pero no podía preocuparse por su amigo en este momento. Héctor lanzó un espantoso alarido nacido desde sus entrañas y el tambor llamó a degüello. Ordenó que cesen los arqueros en su faena y junto a sus ayudantes decidió ir al choque mientras el grupo de asalto enemigo se reorganizaba.
La tensión en el brazo que sostenía la espada aumentaba a medida que la distancia respecto del ejército enemigo disminuía. El choque de los escudos de los hoplitas resonó en el puerto. El ejército de Samos y Atenas no esperaba tal resistencia.
Barrieron a los primeros grupos enemigos y se acercaron a las naves de desembarco. El ayudante de Héctor ordenó a los arqueros que modificaran el ángulo de disparo, pero ahora con flechas incendiarias.
El fuego, el acero y el agua se unían para eliminar al enemigo.
Las naves de reserva, en tanto, eliminaron a las osadas naves de guerra que se aproximaron demasiado al puerto. A pesar del desconsolador aspecto del horizonte con la flota propia virtualmente destruida, todos los marinos hicieron bien su trabajo.
Los pocos sobrevivientes del grupo enemigo de desembarco fueron convenientemente atravesados por las flechas rodenses. Sin embargo, era solo una parte del ejército enemigo. El grueso de la flota adversaria no se atrevió a continuar el ataque, de momento, por los enormes daños recibidos esa jornada.
La batalla aún no había terminado…
Desde Rodas partieron pedidos de ayuda desesperados para Tebas, que posiblemente habrían de llegar cuando la ciudad sea un montón de cenizas.
Esa misma tarde cuando dio las órdenes necesarias a sus hombres convocó a Estifigión y en un ambiente marcial llamó a los oligarcas rodenses al puerto. Entre todos habrían de planificar la salvación o una resistencia prolongada de la ciudad.
Como Héctor no tenía los suficientes conocimientos náuticos dejó esa parte del plan a Estifigión y él se dedicó a redistribuir mentalmente a los hombres disponibles. Si bien las fuerzas enemigas eran superiores no alcanzaban para sitiar adecuadamente a la polis.
Podían forzar a las naves de Estifigión y atacar a la ciudad mediante un desembarco rápido, pero el puerto de Rodas no era lo suficientemente grande para alojar a cien naves de guerra y los transportes al mismo tiempo. Allí los esperaría Héctor.
El enemigo, al menos según los datos del mercante, por el momento no contaba con la opción de destruir la flota y posibilitar el desembarco en lugares próximos a la capital rodense por falta de hombres y naves de transporte para asegurar un sitio en regla.
Estifigión se limitó a explicar su situación y lo mismo hizo Héctor, se saludaron con un abrazo y se despidieron. Dos de los miembros del consejo oligarca se ofrecieron a organizar una guardia ciudadana, lo cual ya era una muestra de valentía en gente de esa calaña.
Cayó la noche y no había novedades de la flota enemiga, eso era malo para Rodas ya que podían estar viéndose reforzados en naves y hombres. La flota de Estifigión enviaba señales a la costa, no había nada. Héctor dejo al mando a su ayudante y se recostó…
Una joven y bella cazadora con arco disparaba hacia la oscuridad una y otra vez, se movía rápidamente y volvía a repetir la acción. Repentinamente una jauría destrozaba a un ciervo.
Varias veces…
Héctor se despertó sobresaltado y encontró a su ayudante frente a él. La flota de Estifigión se ponía en marcha. El experimentado marino apenas avistó las velas enemigas se lanzó al ataque. Sabía que atacando con velocidad pero manteniendo el orden podía sorprender al almirante rival.
Héctor se acercó al muelle y trató de ver la acción. Estifigión lo estaba consiguiendo, destrozaba con la celeridad de un rayo a una parte del enemigo, pero la superioridad numérica emparejaría pronto la situación.
Pronto aparecieron llamas en el horizonte, sin embargo, la nave capitana seguía a la vista. El combate naval aún era victorioso.
Pasadas cuatro largas horas empezaba a verse rodeada la flotas rodense y el cerco de las naves enemigas era cada vez más estrecho. Salió la nave capitana muy dañada y la siguieron otras cinco. El resto estaba perdido.
Flanqueándolas venían dos naves enemigas y una escuadra de desembarco que les arrojaban todo lo que tenían disponible. Otras naves se acercaban y se les unían. Las diez naves rodenses de reserva entraron en combate. Pero ya se acercaban a los muelles y era muy estrecho el espacio para combatir. Todo era una confusión: saetas, piedras, fuego y lanzas cubrían el aire, los gritos destrozaban los oídos.
Los soldados de Samos y Atenas estaban próximos a desembarcar beneficiados por el caos.
La cazadora…
El jefe de la escuadra de desembarco enemiga estaba saltando hacia el muelle y cuando estaba a punto de pisar el puerto una flecha le atravesó el rostro. Nunca se supo de donde vino esa flecha.
Fue la señal.
Los arqueros rodensess corrieron y dispararon una lluvia de flechas de tales proporciones que cubrieron las naves de desembarco durante un instante. Otros enemigos bajaron de botes. Cuando se acercaron lo suficiente también fueron saludados por las saetas adecuadamente.
El combate marino seguía desarrollándose a pesar de la segura derrota. La nave de Estifigión ya estaba en puerto, pero no podía preocuparse por su amigo en este momento. Héctor lanzó un espantoso alarido nacido desde sus entrañas y el tambor llamó a degüello. Ordenó que cesen los arqueros en su faena y junto a sus ayudantes decidió ir al choque mientras el grupo de asalto enemigo se reorganizaba.
La tensión en el brazo que sostenía la espada aumentaba a medida que la distancia respecto del ejército enemigo disminuía. El choque de los escudos de los hoplitas resonó en el puerto. El ejército de Samos y Atenas no esperaba tal resistencia.
Barrieron a los primeros grupos enemigos y se acercaron a las naves de desembarco. El ayudante de Héctor ordenó a los arqueros que modificaran el ángulo de disparo, pero ahora con flechas incendiarias.
El fuego, el acero y el agua se unían para eliminar al enemigo.
Las naves de reserva, en tanto, eliminaron a las osadas naves de guerra que se aproximaron demasiado al puerto. A pesar del desconsolador aspecto del horizonte con la flota propia virtualmente destruida, todos los marinos hicieron bien su trabajo.
Los pocos sobrevivientes del grupo enemigo de desembarco fueron convenientemente atravesados por las flechas rodenses. Sin embargo, era solo una parte del ejército enemigo. El grueso de la flota adversaria no se atrevió a continuar el ataque, de momento, por los enormes daños recibidos esa jornada.
La batalla aún no había terminado…
pepper- Soldado Veterano
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Re: Hector el errante
me saco el sombrero...
me dejaste sin palabras, son todas tuyas
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Nats- Sacerdotisa de Artemisa
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Re: Hector el errante
definitivamente, la divina Artemisa, de los pies ligeros, esta acompañandote en tu fiel relato
Nats- Sacerdotisa de Artemisa
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Re: Hector el errante
siempre podras contar con su tenso arco y el mio
Nats- Sacerdotisa de Artemisa
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Re: Hector el errante
je, este capítulo es en tu honor!
pepper- Soldado Veterano
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Re: Hector el errante
Bravo!!! Para que tengan!!!
Odia a Atenas, jejeje...
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Gorbad- Admin
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Re: Hector el errante
“El sol naciente al alba es impotente para quebrar a las neblinas de la guerra” Pensó Héctor. No era él un poeta, así que no continuó con ese pensamiento. Fue una noche de combate: su ayudante consiguió rechazar un ataque nocturno, pero fue herido en el muslo y en el brazo. El enemigo intentó aprovechar la oscuridad y desembarcar en una playa cercana a sus hombres beneficiados por el poco calado de sus botes. Un jinete llevó el aviso e inmediatamente se movilizaron trescientos hombres a rechazar el desembarco, que si bien fue llevado a forma exitosa, casi le quitó otro de sus mejores hombres.
En la ya reparada nave capitana ardía en fiebre el capitán de la flota y viejo amigo Estifigión. Al parecer todavía no se recuperaba de las heridas y de la pérdida de su ojo izquierda tras ser rozado por una flecha. Dos días de sitio y perdió a sus mejores ayudantes. Maldecía por ello constantemente.
Salió a recorrer los muelles, vio a un guardia dormitar y se dispuso a descargar su ira en él. Se acercó, vio en su rostro el miedo por la reprimenda, era miembro de una de las familias más distinguidas de la ciudad, se contuvo, le recordó que ni su madre lo reconocería después de los correspondientes latigazos por su falta disciplinaria y ordenó que un compañero lo releve.
Pasados unos instantes llego un jinete pero desde el norte, informando que el resto de la marina de guerra rodense, apostada anteriormente en otras plazas de la isla, estaba lista para entrar en combate.
Decidió entonces que la batalla se decidiría en el mar. Llamó al comandante de la flota, Diómedes y conferenciaron. Esperaba que la flota de Estifigión desde el puerto sitiado y las recién arribadas naves pudieran rodear al enemigo y forzarles a huir o que lograran algo aún mejor, que empujaran a la flota de Samos y Atenas hacia el puerto.
Allí estarían lo suficientemente cerca de sus espadas para definir la batalla en tierra.
Las flotas se pusieron en marcha inmediatamente, el plan era simple y rápido. Rodear las naves y forzarlas a combatir contando con que sus reparaciones no habían terminado y que no habían recibido refuerzos.
Diómedes ejecutó el plan magistralmente, rodeó a la flota enemiga en sus narices e inició un asalto feroz, apenas ejecutada esa acción, se movió la flota desde el puerto poniendo a la flota enemiga en un mortal cerco.
Las naves de desembarco llenas de hombres trataron de huir pero fueron alcanzadas por oleadas de flechas y luego fueron enganchadas para ser atacadas. Otras lograron huir contando con la pericia de siglos de navegación en el Egeo. Sin embargo, una parte de las naves fueron arrastradas por la corriente hacia el puerto.
Héctor no podía contener a sus hombres y dio la orden de esperar para atacar. Los recibieron con lanzas y jabalinas y se prepararon para atacar. Los soldados en las barcas agitaban los brazos y solicitaban que cese el ataque, excepto los de cinco naves de mercenarios. Estos estaban decididos a resistir hasta el final, pero cuando vieron la decidida reacción de los rodenses, depusieron las armas. Héctor vio que estos podrían ser útiles en el futuro. Había terminado la batalla.
Héctor dispuso que se hicieran sacrificios en honor a Artemisa, diosa titular y salvadora de la ciudad. Aún esperaban los auxilios tebanos…
En la ya reparada nave capitana ardía en fiebre el capitán de la flota y viejo amigo Estifigión. Al parecer todavía no se recuperaba de las heridas y de la pérdida de su ojo izquierda tras ser rozado por una flecha. Dos días de sitio y perdió a sus mejores ayudantes. Maldecía por ello constantemente.
Salió a recorrer los muelles, vio a un guardia dormitar y se dispuso a descargar su ira en él. Se acercó, vio en su rostro el miedo por la reprimenda, era miembro de una de las familias más distinguidas de la ciudad, se contuvo, le recordó que ni su madre lo reconocería después de los correspondientes latigazos por su falta disciplinaria y ordenó que un compañero lo releve.
Pasados unos instantes llego un jinete pero desde el norte, informando que el resto de la marina de guerra rodense, apostada anteriormente en otras plazas de la isla, estaba lista para entrar en combate.
Decidió entonces que la batalla se decidiría en el mar. Llamó al comandante de la flota, Diómedes y conferenciaron. Esperaba que la flota de Estifigión desde el puerto sitiado y las recién arribadas naves pudieran rodear al enemigo y forzarles a huir o que lograran algo aún mejor, que empujaran a la flota de Samos y Atenas hacia el puerto.
Allí estarían lo suficientemente cerca de sus espadas para definir la batalla en tierra.
Las flotas se pusieron en marcha inmediatamente, el plan era simple y rápido. Rodear las naves y forzarlas a combatir contando con que sus reparaciones no habían terminado y que no habían recibido refuerzos.
Diómedes ejecutó el plan magistralmente, rodeó a la flota enemiga en sus narices e inició un asalto feroz, apenas ejecutada esa acción, se movió la flota desde el puerto poniendo a la flota enemiga en un mortal cerco.
Las naves de desembarco llenas de hombres trataron de huir pero fueron alcanzadas por oleadas de flechas y luego fueron enganchadas para ser atacadas. Otras lograron huir contando con la pericia de siglos de navegación en el Egeo. Sin embargo, una parte de las naves fueron arrastradas por la corriente hacia el puerto.
Héctor no podía contener a sus hombres y dio la orden de esperar para atacar. Los recibieron con lanzas y jabalinas y se prepararon para atacar. Los soldados en las barcas agitaban los brazos y solicitaban que cese el ataque, excepto los de cinco naves de mercenarios. Estos estaban decididos a resistir hasta el final, pero cuando vieron la decidida reacción de los rodenses, depusieron las armas. Héctor vio que estos podrían ser útiles en el futuro. Había terminado la batalla.
Héctor dispuso que se hicieran sacrificios en honor a Artemisa, diosa titular y salvadora de la ciudad. Aún esperaban los auxilios tebanos…
pepper- Soldado Veterano
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Re: Hector el errante
con suficiente oro persa no habría tanta violencia
Ozzymandias- Señor del Orbe Invernal
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Re: Hector el errante
el problema es que el oro persa, como cualquier otro oro esta detrás de este conflicto
estamos tratando de descifrar los pergaminos aún que prueben la intervención persa
estamos tratando de descifrar los pergaminos aún que prueben la intervención persa
pepper- Soldado Veterano
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Re: Hector el errante
Que tus investigadores se apuren antes de que la PAX MACEDONICA los pacifique a todos
Ozzymandias- Señor del Orbe Invernal
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Re: Hector el errante
ja,ja
filipo recien esta organizando sus falanges
lo unico que puedo adelantar es que Héctor servira en sus filas proximamente!
(el conicet paga poco a los espcialistas en lenguas clásicas)
filipo recien esta organizando sus falanges
lo unico que puedo adelantar es que Héctor servira en sus filas proximamente!
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pepper- Soldado Veterano
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Re: Hector el errante
jajajajajaj ozzy, no jodas!!!!
el escriba es pepper, aparte si se acuerda de las libaciones a artemisa, ya estoy contenta
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Nats- Sacerdotisa de Artemisa
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Re: Hector el errante
aparte...yo veo el renacer de un nuevo robert graves o virgilio... q me acompañe a mi por los circulos del infierno
Nats- Sacerdotisa de Artemisa
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Re: Hector el errante
La ceremonia en honor a la diosa tutelar de la ciudad fue fastuosa, al menos hasta donde los representantes de la ciudad podían participar y a Héctor el recuerdo de la jornada le quedó grabada en la retina, en especial los ojos grises de una de las jovenes que recibieron las ofrendas votivas.
Las sacerdotisas cubiertas de mantos y vestiduras blancas avanzaron lentamente para recibir los presentes y se retiraron al interior del templo, para no salir más.
Héctor concurrió equipado como para asaltar una galera fenicia, estrenando su nuevo rango de General de la ciudad, el capitán Estifigión con su parche en el ojo que le quitaba la vitalidad característica de su rostro, el cual adquiría una dureza que hacía temblar a quienes no lo conocían. El ayudante de Héctor, Aristisandro, ahora capitán, ya recuperado de sus heridas se presentó con ropas civiles.
Los representantes del Consejo local, orgullosos y llenos de confianza, deslumbraban con vestiduras que reflejaban el poder de la isla, nudo de comunicación entre el Egeo y Chipre, y allende la isla del cobre, las tierras de los bárbaros orientales.
Héctor sabía que la estadía en Rodas había llegado a su fin, demasiado poder recaía en sus manos y odiaba las invitaciones secretas a concilios donde se tramaba y destramaba.
Entre tanto, el Consejo local había dando por concluidas sus obligaciones con Tebas, que en nada había ayudado a salvar a la ciudad. Se dispuso el envío de una embajada a Atenas a negociar definitivamente la paz. Héctor pidió su inclusión en la comitiva aunque en forma no oficial y sin autorización alguna para opinar en las reuniones que se llevarían a cabo en la antigua y hermosa ciudad, otrora guía de la Hélade.
El viaje fue tranquilo y sin contratiempos, con la confianza en el tuerto Estifigión como capitán de la nave y la mirada en el horizonte. Le llamó la atención la calidad de las instalaciones portuarias de El Pireo y en particular, un hombre joven, bajo, de cabellos ralos y oscuros que se encontraba en la zona próxima a los picos rocosos que sobresalían en la costa. Al parecer se encontraba gritando, como desafiando a Poseidón o a si mismo, en un ejercicio estoico que a nada podía conducir. Pero, penso en sus adentros, que en Grecia podía surgir cualquier tipo de doctrina y que tal vez ese hombre podía no estar tan errado en su lucha, aunque sin saber bien contra que luchaba ese día.
La ciudad conservaba a cien años de Pericles, toda la gloria en sus construcciones y edificios, los templos, mercados y fuentes bullían de actividad. Estaba vestido con un manto militar que disimulaba su rango y le hacía parecer un oficial de escolta. Se dirigió junto a la comitiva rodense hacia la asamblea popular ateniense que iba escuchar las propuestas de paz. A pesar de su apariencia, a nadie le pasó por alto la deferencia con que era tratado por algunos de los enviados de Rodas. Por la noche, tendría lugar la reunión secreta con algunos dignatarios atenienses, de la cual no participaría por propia voluntad.
Por la tarde pensaba en concurrir a la Academia, en espera de poder escuchar discusiones que le hagan olvidar que ganaba el pan con el filo de su espada y no con su rico intelecto.
A pesar de que ellos habían derrotado a la flota Ateniense, haciéndoles volver con el rabo entre las piernas y sin tiempo de negociar el reintegro de los cadaveres de sus muertos, Rodas debía negociar la paz por haber atacado a la aliada ateniense, Samos. Los atenienses no los recibieron con amabilidad o con tacto, por el contrario, recibieron a la comitiva oficial de unos bárbaros italianos, llamados romanos, que alegaban descender de Eneas.
Una vez que se retiraron los representantes de esa ciudad que ahora controlaba gran parte de las tierras al norte de la Magna Grecia, les llegó el turno a los rodenses, que fueron atendidos con frialdad.
Se acordó la devolución de las cenizas de los caídos y embarcaciones capturadas mutuamente. Rodas confirmó el fin de su acuerdo con los tebanos y su libertad de acción desde ese momento.
El último orador era un conocido de Héctor, se llamaba Demóstenes y era quien peleaba contra las rocas y las olas. Miro con altivez y de arriba a abajo a los delegados de Rodas. Inició su discurso recordando la responsabilidad de la isla en el conflicto, pero, continuó luego con palabras más amables citando los lazos que unían a ambos emporios comerciales.
Durante la tarde se sentó en el suelo a escuchar las discusiones peripatéticas. Salió feliz por haber participado y por poder hacer unos comentarios sobre las costumbres de la caballería persa.
A la madrugada, lo desperto Estifigión, debían partir inmediatamente a llevar Rodas las novedades, entre ellas la más importante: Atenas suspendía las hostilidades, pero no se había llegado a ningún acuerdo importante.
Héctor decidió no desertar como había pensado en un primer momento, retornaría a Rodas y dejaría el cargo para moverse con libertad y si era posible, poder obtener una mejor paga en el continente.
Las sacerdotisas cubiertas de mantos y vestiduras blancas avanzaron lentamente para recibir los presentes y se retiraron al interior del templo, para no salir más.
Héctor concurrió equipado como para asaltar una galera fenicia, estrenando su nuevo rango de General de la ciudad, el capitán Estifigión con su parche en el ojo que le quitaba la vitalidad característica de su rostro, el cual adquiría una dureza que hacía temblar a quienes no lo conocían. El ayudante de Héctor, Aristisandro, ahora capitán, ya recuperado de sus heridas se presentó con ropas civiles.
Los representantes del Consejo local, orgullosos y llenos de confianza, deslumbraban con vestiduras que reflejaban el poder de la isla, nudo de comunicación entre el Egeo y Chipre, y allende la isla del cobre, las tierras de los bárbaros orientales.
Héctor sabía que la estadía en Rodas había llegado a su fin, demasiado poder recaía en sus manos y odiaba las invitaciones secretas a concilios donde se tramaba y destramaba.
Entre tanto, el Consejo local había dando por concluidas sus obligaciones con Tebas, que en nada había ayudado a salvar a la ciudad. Se dispuso el envío de una embajada a Atenas a negociar definitivamente la paz. Héctor pidió su inclusión en la comitiva aunque en forma no oficial y sin autorización alguna para opinar en las reuniones que se llevarían a cabo en la antigua y hermosa ciudad, otrora guía de la Hélade.
El viaje fue tranquilo y sin contratiempos, con la confianza en el tuerto Estifigión como capitán de la nave y la mirada en el horizonte. Le llamó la atención la calidad de las instalaciones portuarias de El Pireo y en particular, un hombre joven, bajo, de cabellos ralos y oscuros que se encontraba en la zona próxima a los picos rocosos que sobresalían en la costa. Al parecer se encontraba gritando, como desafiando a Poseidón o a si mismo, en un ejercicio estoico que a nada podía conducir. Pero, penso en sus adentros, que en Grecia podía surgir cualquier tipo de doctrina y que tal vez ese hombre podía no estar tan errado en su lucha, aunque sin saber bien contra que luchaba ese día.
La ciudad conservaba a cien años de Pericles, toda la gloria en sus construcciones y edificios, los templos, mercados y fuentes bullían de actividad. Estaba vestido con un manto militar que disimulaba su rango y le hacía parecer un oficial de escolta. Se dirigió junto a la comitiva rodense hacia la asamblea popular ateniense que iba escuchar las propuestas de paz. A pesar de su apariencia, a nadie le pasó por alto la deferencia con que era tratado por algunos de los enviados de Rodas. Por la noche, tendría lugar la reunión secreta con algunos dignatarios atenienses, de la cual no participaría por propia voluntad.
Por la tarde pensaba en concurrir a la Academia, en espera de poder escuchar discusiones que le hagan olvidar que ganaba el pan con el filo de su espada y no con su rico intelecto.
A pesar de que ellos habían derrotado a la flota Ateniense, haciéndoles volver con el rabo entre las piernas y sin tiempo de negociar el reintegro de los cadaveres de sus muertos, Rodas debía negociar la paz por haber atacado a la aliada ateniense, Samos. Los atenienses no los recibieron con amabilidad o con tacto, por el contrario, recibieron a la comitiva oficial de unos bárbaros italianos, llamados romanos, que alegaban descender de Eneas.
Una vez que se retiraron los representantes de esa ciudad que ahora controlaba gran parte de las tierras al norte de la Magna Grecia, les llegó el turno a los rodenses, que fueron atendidos con frialdad.
Se acordó la devolución de las cenizas de los caídos y embarcaciones capturadas mutuamente. Rodas confirmó el fin de su acuerdo con los tebanos y su libertad de acción desde ese momento.
El último orador era un conocido de Héctor, se llamaba Demóstenes y era quien peleaba contra las rocas y las olas. Miro con altivez y de arriba a abajo a los delegados de Rodas. Inició su discurso recordando la responsabilidad de la isla en el conflicto, pero, continuó luego con palabras más amables citando los lazos que unían a ambos emporios comerciales.
Durante la tarde se sentó en el suelo a escuchar las discusiones peripatéticas. Salió feliz por haber participado y por poder hacer unos comentarios sobre las costumbres de la caballería persa.
A la madrugada, lo desperto Estifigión, debían partir inmediatamente a llevar Rodas las novedades, entre ellas la más importante: Atenas suspendía las hostilidades, pero no se había llegado a ningún acuerdo importante.
Héctor decidió no desertar como había pensado en un primer momento, retornaría a Rodas y dejaría el cargo para moverse con libertad y si era posible, poder obtener una mejor paga en el continente.
pepper- Soldado Veterano
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Re: Hector el errante
quien sera esa joven de ojos grises???
mira q si es sacerdotisa de artemisa es peligrosa
su aullido despierta terror en las laderas solitarias
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Nats- Sacerdotisa de Artemisa
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Re: Hector el errante
me gusto ese reinicio, pero no dejes mas colgado!!!
segui, pienso currar con tu arte!!!!
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Nats- Sacerdotisa de Artemisa
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Re: Hector el errante
MATEN A DEMOSTENES!!! Me gustaría ver que pasaría si eso fuera sucediese...Seguro los Griegos unidos conquistaban el mundo...
Gorbad- Admin
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Re: Hector el errante
lamentablemente GRIEGOS y UNIDOS no son palabras que vayan de la mano, excepto en el caso ortográfico donde se acentúa la presencia de acero macedonio...
Ozzymandias- Señor del Orbe Invernal
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Re: Hector el errante
Digo, si se hubiesen unido antes del acero macedonio de Alejandro y Filippo...lástima que el oro de Atenas tiraba para donde le convenía, o creia que le convenía.
Gorbad- Admin
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Re: Hector el errante
y si, es un ejercicio contrafáctico...
Creo que gracias al acero macedónico se conservan las maravillas de los helenos, posiblemente se hubieran perdido tantas cosas con la desunión que caracterizaba a los griegos de la época clásica.
Igual esto es mera pseudonovela histórica
Creo que gracias al acero macedónico se conservan las maravillas de los helenos, posiblemente se hubieran perdido tantas cosas con la desunión que caracterizaba a los griegos de la época clásica.
Igual esto es mera pseudonovela histórica
pepper- Soldado Veterano
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Re: Hector el errante
Te imaginas pepper si lo tuvieramos a Gorbad en una de nuestras charlas de café (o cerveza y coca)
Ozzymandias- Señor del Orbe Invernal
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Re: Hector el errante
Si me tienen como ahora, moqueando y tosiendo, creo que huyen...
Gorbad- Admin
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Re: Hector el errante
ja, ja
tiene razón Janus. Alguna vez lo vamos a hacer
con la parrillita cerca, coca, J&B o cerveza discutiendo de esos asuntos
tiene razón Janus. Alguna vez lo vamos a hacer
con la parrillita cerca, coca, J&B o cerveza discutiendo de esos asuntos
pepper- Soldado Veterano
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Re: Hector el errante
Que bueno!! Vamos.
Gorbad- Admin
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Re: Hector el errante
Ya le vamos a pegar algun viajecito a Baires y resolvemos con que acompañamos el asunto
pepper- Soldado Veterano
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Re: Hector el errante
Amén, bro...
Ozzymandias- Señor del Orbe Invernal
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Re: Hector el errante
Antes de llegar el mediodía, se detuvo a contemplar a los remeros, la mitad de ellos encadenados. Escupió hacia el mar claro, como sacándose de encima suyo el enojo por la suerte adversa de su estadía en Rodas y la lejanía permanente del templo de Artemisa. Nuevamente en su camino sin destino final. Al menos, esta era la temporada favorable para la navegación.
El capitán Diódoco, lo conocía de nombre y le ofreció almorzar con él. Compartieron charla y recuerdos, inclusive habían peleado en bandos opuestos en una de las tantas luchas entre ciudades griegas y en algún que otro alzamiento en las satrapías de Asia. El derrotero de la embarcación y sus dos escoltas incluía una escala en Quíos antes de seguir su camino hacia Atenas.
Diódoca pensaba embarcar delicioso vino de Quíos. Además el barco contaba con recamaras ocultas donde se podía ocultar una cantidad suficiente de vasijas de contrabando. Además, llevaba otras vasijas sin inscripciones ni sellos para cargar con vinos de baja calidad y hacerlos pasar por vino de Rodas, también muy apreciado en el continente.
Héctor no pudo evitar reirse por dentro cuando el capitán le propuso que hable con unos amigos en Atenas para incorporarse a esas operaciones. El no era un hombre que podía dedicarse al comercio. No podía imaginar su vida estableciéndose en una finca, disfrutando de las pingües ganancias del tráfico en el Egeo.
Diódoco contaba con una amplia experiencia marinera, había recorrido desde las columnas de Hércules hasta las tierras del Ponto Euxino donde los atenienses compraban su trigo. Era de esos hombres capaces de hacer amigos en todo lugar. Su anterior viaje lo había llevado a Magna Grecia, donde la clásica desunión helena, dejaba a los griegos a merced de los fenicios de Cártago y de los romanos, aunque estos últimos disponían de un valiente ejército de campesinos aún no contaban con tradición marinera como para oponerse a griegos y fenicios.
Comentaron un poco a Jenofonte y se sorprendieron de que no hayan concluido siete pies bajo tierra en tierra bárbara o empalados de acuerdo a las finísimas disposiciones de los sátrapas persas.
Se sumo el ayudante de derrota del capitán a la charla y comentó sobre la definitiva victoria del Filipo de Macedonia frente a una nueva insurrección de peonios y tracios y la consolidación de sus reales en el límite entre Tesalía y Macedonia en Dion.
Una vez culminadas las correspondientes operaciones comerciales, legales e ilegales, previo pago de un soborno al capitán de puerto en El Pireo, se dirigió hacia Atenas. Desilusionado por la definitiva ausencia de Aristóteles en la ciudad, Héctor decidió establecerse en una posada hasta que nuevamente su espada fuera convocada.
Decidió pasear hasta la maravillosa entrada que conducía hacia el Partenón, los Propileos. Se sintió pequeño al pasar frente al templo con sus seis columnas. Mentalmente dio gracias cerca del viejo templete de Niké, mucho menos fastuoso que el que esperaba al visitante en el templo de Atenea Niké en el Partenón.
Buscó a Demóstenes en su domicilio, puso su espada a disposición de Atenas, pero en medio de aquella conversación llegó la noticia de que los espartanos habían decidido no intervenir más en ningún asunto que los involucrara con Filipo de Macedonia.
Esto sumado a la cautelosa actitud de los tebanos frente al macedonio dejaba sola a Atenas. El orador se enfureció, rojo como si todos los humores del cuerpo se le hubieron acumulado en el rostro y arrancó en un ataque de ira estallando su vino contra el suelo.
Héctor sabía que por ahora, el "bárbaro" de Macedonia era el hombre más fuerte de Grecia, y que la imagen de la estrella argéada se reflejaría en sus ojos en poco tiempo...
El capitán Diódoco, lo conocía de nombre y le ofreció almorzar con él. Compartieron charla y recuerdos, inclusive habían peleado en bandos opuestos en una de las tantas luchas entre ciudades griegas y en algún que otro alzamiento en las satrapías de Asia. El derrotero de la embarcación y sus dos escoltas incluía una escala en Quíos antes de seguir su camino hacia Atenas.
Diódoca pensaba embarcar delicioso vino de Quíos. Además el barco contaba con recamaras ocultas donde se podía ocultar una cantidad suficiente de vasijas de contrabando. Además, llevaba otras vasijas sin inscripciones ni sellos para cargar con vinos de baja calidad y hacerlos pasar por vino de Rodas, también muy apreciado en el continente.
Héctor no pudo evitar reirse por dentro cuando el capitán le propuso que hable con unos amigos en Atenas para incorporarse a esas operaciones. El no era un hombre que podía dedicarse al comercio. No podía imaginar su vida estableciéndose en una finca, disfrutando de las pingües ganancias del tráfico en el Egeo.
Diódoco contaba con una amplia experiencia marinera, había recorrido desde las columnas de Hércules hasta las tierras del Ponto Euxino donde los atenienses compraban su trigo. Era de esos hombres capaces de hacer amigos en todo lugar. Su anterior viaje lo había llevado a Magna Grecia, donde la clásica desunión helena, dejaba a los griegos a merced de los fenicios de Cártago y de los romanos, aunque estos últimos disponían de un valiente ejército de campesinos aún no contaban con tradición marinera como para oponerse a griegos y fenicios.
Comentaron un poco a Jenofonte y se sorprendieron de que no hayan concluido siete pies bajo tierra en tierra bárbara o empalados de acuerdo a las finísimas disposiciones de los sátrapas persas.
Se sumo el ayudante de derrota del capitán a la charla y comentó sobre la definitiva victoria del Filipo de Macedonia frente a una nueva insurrección de peonios y tracios y la consolidación de sus reales en el límite entre Tesalía y Macedonia en Dion.
Una vez culminadas las correspondientes operaciones comerciales, legales e ilegales, previo pago de un soborno al capitán de puerto en El Pireo, se dirigió hacia Atenas. Desilusionado por la definitiva ausencia de Aristóteles en la ciudad, Héctor decidió establecerse en una posada hasta que nuevamente su espada fuera convocada.
Decidió pasear hasta la maravillosa entrada que conducía hacia el Partenón, los Propileos. Se sintió pequeño al pasar frente al templo con sus seis columnas. Mentalmente dio gracias cerca del viejo templete de Niké, mucho menos fastuoso que el que esperaba al visitante en el templo de Atenea Niké en el Partenón.
Buscó a Demóstenes en su domicilio, puso su espada a disposición de Atenas, pero en medio de aquella conversación llegó la noticia de que los espartanos habían decidido no intervenir más en ningún asunto que los involucrara con Filipo de Macedonia.
Esto sumado a la cautelosa actitud de los tebanos frente al macedonio dejaba sola a Atenas. El orador se enfureció, rojo como si todos los humores del cuerpo se le hubieron acumulado en el rostro y arrancó en un ataque de ira estallando su vino contra el suelo.
Héctor sabía que por ahora, el "bárbaro" de Macedonia era el hombre más fuerte de Grecia, y que la imagen de la estrella argéada se reflejaría en sus ojos en poco tiempo...
pepper- Soldado Veterano
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Re: Hector el errante
no seas mal tipo!!!
basta de estos capitulos cortos q me ponen en expectativa!!
muy bueno, quiero mas!!
no me canso de pepper
basta de estos capitulos cortos q me ponen en expectativa!!
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no me canso de pepper
Nats- Sacerdotisa de Artemisa
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Re: Hector el errante
Se le atraganton las piedritas a Demostenes?
La verdad, creo que a mi tentaría la idea de contrabandear y disfrutar de los excesos en mi finca.
Vamos Pepper, está bien que nos lo des en cuotas, asi se disfruta mas. Despues lo compilamos y largamos al mercado.
La verdad, creo que a mi tentaría la idea de contrabandear y disfrutar de los excesos en mi finca.
Vamos Pepper, está bien que nos lo des en cuotas, asi se disfruta mas. Despues lo compilamos y largamos al mercado.
Gorbad- Admin
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Re: Hector el errante
1) Si, las piedritas se las tuvo que meter por donde no le daba el Sol.
2) El negocio del contrabando y la falsificación debe ser el segundo o tercer oficio de la historia
3) creo que por el momento seguirá por capítulos cortos hasta que haya una batalla campal nuevamente
2) El negocio del contrabando y la falsificación debe ser el segundo o tercer oficio de la historia
3) creo que por el momento seguirá por capítulos cortos hasta que haya una batalla campal nuevamente
pepper- Soldado Veterano
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Re: Hector el errante
no!
aca, a quien tenes q escuchar, es a tu NOVIA!
si, me aprovecho del titulo cuando me conviene!
quiero mas capitulos!!!
aca, a quien tenes q escuchar, es a tu NOVIA!
si, me aprovecho del titulo cuando me conviene!
quiero mas capitulos!!!
Nats- Sacerdotisa de Artemisa
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Re: Hector el errante
por favor, Señora, dejad que el creador se inspire!!!
Demóstenes... pobre Demóstenes... No logro ser la sombra del sol mas poderoso y brillante que surgió del Occidente...
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Ozzymandias- Señor del Orbe Invernal
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Re: Hector el errante
Pero fue un Forunculo para el papá....
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Re: Hector el errante
mmmmmmmmmmmmmmmmmm
mi diosa es una diosa vengativa (como su humilde servidora) asi q deja q yo mande , tanto en el corazon, como en la voz de MI creador
mas capitulos, la diosa lo demanda!
mi diosa es una diosa vengativa (como su humilde servidora) asi q deja q yo mande , tanto en el corazon, como en la voz de MI creador
mas capitulos, la diosa lo demanda!
Nats- Sacerdotisa de Artemisa
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Re: Hector el errante
Ozzy, no puedes competir con los dioses, no insistas. COnsejo de amigo.
La musa inspiradora del gran pepper hace muy bien su labor.
Una pregunta desubicada (siempre tengo una, soy un desubicado...), queres que te agrande o ponga mas linda tu firma? Tan linda frase perteneciente a una Diosa debería tener mejor presentación.
La musa inspiradora del gran pepper hace muy bien su labor.
Una pregunta desubicada (siempre tengo una, soy un desubicado...), queres que te agrande o ponga mas linda tu firma? Tan linda frase perteneciente a una Diosa debería tener mejor presentación.
Gorbad- Admin
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Re: Hector el errante
En realidad, ya he provocado la ira de la gran sacerdotisa de Artemisa. Sin embargo, invoco a Artemisa cuando me dispongo a la dura labor de traducir las aventuras de Héctor.
pepper- Soldado Veterano
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Re: Hector el errante
muchas gracias, gorbad... sacrificare un manso ternerito esta tarde para que la diosa te tenga en consideracion en tus empresas...lastima la distancia, podriamos compartir con pepper esa ofrenda...
a causa de la lejania, y en señal de dolor, sera un sacrificio completo, nadie disfrutara la deliciosa carne asada
a causa de la lejania, y en señal de dolor, sera un sacrificio completo, nadie disfrutara la deliciosa carne asada
Nats- Sacerdotisa de Artemisa
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Re: Hector el errante
y si, dejo a tu libre albedrio el embellecimiento de mi frase!
Nats- Sacerdotisa de Artemisa
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Re: Hector el errante
y vos, pepper, no intentes engañar a la diosa con sutilezas... sus mandatos se deben cumplir a rajatabla, sino ella sabra cobrarte...
que seria de tu noble hector sin la flecha dorada que ya le salvo la vida una vez?
que seria de tu noble hector sin la flecha dorada que ya le salvo la vida una vez?
Nats- Sacerdotisa de Artemisa
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Re: Hector el errante
Demóstenes habló con vehemencia frente a la asamblea popular y destrozó con sus palabras al gran Filipo II de Macedonia, el bárbaro borracho. Los atenienses, excepto una minoría, apoyaron una nueva campaña en contra de los macedonios. Héctor siguió el discurso atentamente cubierto por su capa que ocultaba su espartana arma. Disgustado en parte por el violento discurso y la desaforada pasión de Demóstenes, se retiró antes de que concluya.
Filipo II esperaba paciente en su cueva de león, sin avanzar ni provocar a ninguna ciudad en Grecia propiamente dicha, pero en lo referente a los territorios colindantes a Macedonia solo el decidiría su suerte. Iba a enfrentarse nuevamente a la coalición ateniense-tebana.
Los atenienses apretaban los dientes de bronca frente a la inminente y definitiva guerra que se avistaba. Héctor fue enviado como parte del contingente ateniense hacia los estrechos con la misión suicida de levantar el sitio de Perinto, mientras otros compañeros se dirigían hacia Bizancio.
El "barbaro inculto" de Demóstenes golpeaba donde más dolía, en la provisión de grano destinada a Atenas.
El viaje fue tranquilo pero rebosante de tensión: gran parte de los embarcados atenienses ya había combatido a los macedonios que formaban el grueso de sus ejércitos con sus connacionales y una proporción menor de mercenarios. Además Filipo confiaba ciegamente en la ciencia y la técnica e incorporaba ingenieros capaces de construir las más resistentes y útiles máquinas de guerra.
La primera mala señal (que no sería la última) fue llegar al puerto y combatir sin el necesario descanso. La batalla se decidió gracias a la superioridad numérica ateniense y la falta de hombres de experiencia en la flota de Filipo. La segunda mala señal fue el trato con los aliados persas. Junto al grueso de las tropas de las satrapías del Helesponto se encontraba una reducida compañía de Inmortales, equivalente a una quinta parte de un lóchos griego.
Los defensores de Perinto en una audaz salida habían logrado hacer retroceder a los macedonios, incendiar la mitad de sus máquinas de guerra y matar o herir a varios oficiales de la plana mayor de Filipo II. Al caer la noche, el orgulloso rey se encontraba casi vencido, pero como una serpiente peligrosa era capaz de moverse rápidamente y morder, incluso herido mortalmente. La responsabilidad en el siguiente ataque del macedonio sería de los atenienses. A son de burla, pusieron como santo y seña de la guardia la frase "Pan Cocido y Vino" alegando eso como propio de los griegos en contraposición al caracter bárbaro de sus enemigos.
Para Héctor era un completo error provocar a un hombre así, además despreciaba profundamente a sus aliados: los también bárbaros persas con sus vestiduras, perfumes, joyas, eunucos y tanto adorno. En lo más recóndito de su corazón anhelaba estar del otro lado de las murallas, o peleando contra los macedonios o degollando persas, no el patético lugar donde se encontraba.
En el punto cúlmen de su cólera el rey macedonio envió a sus máquinas de asedio a atacar uno de los baluartes de la ciudad sin la necesaria escolta. Dos arietes se perdieron en esa oportunidad y casi cien soldados sin contar los oficiales macedonios capturados. Los defensores decicieron hacer una batida de exploración, siendo los primeros en ofrecerse un grupo de ocho Inmortales y Héctor junto a su guardia personal. Trataron de disuadirlo, pero a pesar de su alto rango quería comprobar por si mismo que había pasado.
En plena oscuridad, iluminado pobremente por la luna, Hector meditaba en que hacer si alguno de esos bastardos persas se acercaba a él aprovechando la noche. Su fama lo precedía y sabía que alguno de esos perros querría tener en su haber el hecho de haberlo degollado.
Se perdieron del camino principal y se encontraron con un pequeño cuerpo macedonio que escoltaba a un hombre con escudo dorado. Era el rey Filipo en persona. Héctor no comprendía que sucedía. ¿Su escolta era tan reducida? ¿Dónde estaba su generalato, conformado por amigos de la infancia? ¿Se había apartado de su escolta en uno de sus ya famosos arranques de ira? ¿Lo habían dejado así a merced de los enemigos para eliminarlo y favorecer el ascenso de un nuevo rey?
Mientras meditaba en ello, los Inmortales descargaban sus arcos y ya descendían de sus veloces caballos negros mientras que su guardia desenvainaba y chocaba con los macedonios, jóvenes y valientes, hijos de la más alta nobleza, seleccionados para escoltar a su rey...
La luz entrecortada en el bosque lo confundía, era de día, un toro esperaba en un claro, mientras comía intranquilo su pasto. Escuchó pasos y cuando giró espada en mano, una flecha cruzó a poca distancia de su rostro y por encima del toro, clavándose en el hombro de un hombre de ropas oscuras que se disponía a sacrificar al animal...
Despertó del sueño, giró hacia la derecha y vio a dos de sus hombres muertos y a los otros tres combatiendo con la guardia del rey. Giró hacia su otro flanco y reaccionó rápidamente. Los Inmortales eran muy buenos para los bisoños macedonios, que a pesar de su juventud habían matado a tres inmortales, pero restaban cinco y se dirigían hacia Filipo.
Filipo partió con su pesado escudo el cráneo de uno de ellos pero recibió un corte sobre el arco de su ojo izquierdo y una herida profunda cerca del hombro izquierdo.
Héctor corrió, lanzó una jabalina y atravesó de lado a un Inmortal, que demostró ser bastante mortal. Y espada en mano acuchilló a la altura de los riñones al oficial al mando del grupo persa. No podía permitir que un griego de la talla de Filipo sea asesinado por unos bárbaros inmundos y afeminados. Asi fue pues, que eligió tranquilo ese lugar para morir, en compañía de un valiente, que aún herido y perdiendo sangre seguía resistiendo.
Héctor se colocó junto al rey, este sonrío y asintió diciendo algo sobre el muy visitado trasero de los orientales. Héctor sintió una cuchillada en el muslo. En ese preciso momento, se escucharon cascos de caballo. Eran los generales Antípatro y Parmenión con sus guardias. Bajaron y concluyeron la faena. El mismo Antípatro con la furia de un león asesinó a los antiguos y ahora muertos guardias de Héctor, mientras Parmenión con un hacha de guerra iliria era quien asesinaba impiadosamente a los dos persas.
Solo en ese momento Filipo bajó sus armas y en el momento en que iban a arrestar a Héctor, gritó que se detengan. Ordenó a Héctor que baje sus armas, suba a un caballo con un guardia y que lo siga. Sería atendido por su médico personal. El macedonio quería hablar con él...
Filipo II esperaba paciente en su cueva de león, sin avanzar ni provocar a ninguna ciudad en Grecia propiamente dicha, pero en lo referente a los territorios colindantes a Macedonia solo el decidiría su suerte. Iba a enfrentarse nuevamente a la coalición ateniense-tebana.
Los atenienses apretaban los dientes de bronca frente a la inminente y definitiva guerra que se avistaba. Héctor fue enviado como parte del contingente ateniense hacia los estrechos con la misión suicida de levantar el sitio de Perinto, mientras otros compañeros se dirigían hacia Bizancio.
El "barbaro inculto" de Demóstenes golpeaba donde más dolía, en la provisión de grano destinada a Atenas.
El viaje fue tranquilo pero rebosante de tensión: gran parte de los embarcados atenienses ya había combatido a los macedonios que formaban el grueso de sus ejércitos con sus connacionales y una proporción menor de mercenarios. Además Filipo confiaba ciegamente en la ciencia y la técnica e incorporaba ingenieros capaces de construir las más resistentes y útiles máquinas de guerra.
La primera mala señal (que no sería la última) fue llegar al puerto y combatir sin el necesario descanso. La batalla se decidió gracias a la superioridad numérica ateniense y la falta de hombres de experiencia en la flota de Filipo. La segunda mala señal fue el trato con los aliados persas. Junto al grueso de las tropas de las satrapías del Helesponto se encontraba una reducida compañía de Inmortales, equivalente a una quinta parte de un lóchos griego.
Los defensores de Perinto en una audaz salida habían logrado hacer retroceder a los macedonios, incendiar la mitad de sus máquinas de guerra y matar o herir a varios oficiales de la plana mayor de Filipo II. Al caer la noche, el orgulloso rey se encontraba casi vencido, pero como una serpiente peligrosa era capaz de moverse rápidamente y morder, incluso herido mortalmente. La responsabilidad en el siguiente ataque del macedonio sería de los atenienses. A son de burla, pusieron como santo y seña de la guardia la frase "Pan Cocido y Vino" alegando eso como propio de los griegos en contraposición al caracter bárbaro de sus enemigos.
Para Héctor era un completo error provocar a un hombre así, además despreciaba profundamente a sus aliados: los también bárbaros persas con sus vestiduras, perfumes, joyas, eunucos y tanto adorno. En lo más recóndito de su corazón anhelaba estar del otro lado de las murallas, o peleando contra los macedonios o degollando persas, no el patético lugar donde se encontraba.
En el punto cúlmen de su cólera el rey macedonio envió a sus máquinas de asedio a atacar uno de los baluartes de la ciudad sin la necesaria escolta. Dos arietes se perdieron en esa oportunidad y casi cien soldados sin contar los oficiales macedonios capturados. Los defensores decicieron hacer una batida de exploración, siendo los primeros en ofrecerse un grupo de ocho Inmortales y Héctor junto a su guardia personal. Trataron de disuadirlo, pero a pesar de su alto rango quería comprobar por si mismo que había pasado.
En plena oscuridad, iluminado pobremente por la luna, Hector meditaba en que hacer si alguno de esos bastardos persas se acercaba a él aprovechando la noche. Su fama lo precedía y sabía que alguno de esos perros querría tener en su haber el hecho de haberlo degollado.
Se perdieron del camino principal y se encontraron con un pequeño cuerpo macedonio que escoltaba a un hombre con escudo dorado. Era el rey Filipo en persona. Héctor no comprendía que sucedía. ¿Su escolta era tan reducida? ¿Dónde estaba su generalato, conformado por amigos de la infancia? ¿Se había apartado de su escolta en uno de sus ya famosos arranques de ira? ¿Lo habían dejado así a merced de los enemigos para eliminarlo y favorecer el ascenso de un nuevo rey?
Mientras meditaba en ello, los Inmortales descargaban sus arcos y ya descendían de sus veloces caballos negros mientras que su guardia desenvainaba y chocaba con los macedonios, jóvenes y valientes, hijos de la más alta nobleza, seleccionados para escoltar a su rey...
La luz entrecortada en el bosque lo confundía, era de día, un toro esperaba en un claro, mientras comía intranquilo su pasto. Escuchó pasos y cuando giró espada en mano, una flecha cruzó a poca distancia de su rostro y por encima del toro, clavándose en el hombro de un hombre de ropas oscuras que se disponía a sacrificar al animal...
Despertó del sueño, giró hacia la derecha y vio a dos de sus hombres muertos y a los otros tres combatiendo con la guardia del rey. Giró hacia su otro flanco y reaccionó rápidamente. Los Inmortales eran muy buenos para los bisoños macedonios, que a pesar de su juventud habían matado a tres inmortales, pero restaban cinco y se dirigían hacia Filipo.
Filipo partió con su pesado escudo el cráneo de uno de ellos pero recibió un corte sobre el arco de su ojo izquierdo y una herida profunda cerca del hombro izquierdo.
Héctor corrió, lanzó una jabalina y atravesó de lado a un Inmortal, que demostró ser bastante mortal. Y espada en mano acuchilló a la altura de los riñones al oficial al mando del grupo persa. No podía permitir que un griego de la talla de Filipo sea asesinado por unos bárbaros inmundos y afeminados. Asi fue pues, que eligió tranquilo ese lugar para morir, en compañía de un valiente, que aún herido y perdiendo sangre seguía resistiendo.
Héctor se colocó junto al rey, este sonrío y asintió diciendo algo sobre el muy visitado trasero de los orientales. Héctor sintió una cuchillada en el muslo. En ese preciso momento, se escucharon cascos de caballo. Eran los generales Antípatro y Parmenión con sus guardias. Bajaron y concluyeron la faena. El mismo Antípatro con la furia de un león asesinó a los antiguos y ahora muertos guardias de Héctor, mientras Parmenión con un hacha de guerra iliria era quien asesinaba impiadosamente a los dos persas.
Solo en ese momento Filipo bajó sus armas y en el momento en que iban a arrestar a Héctor, gritó que se detengan. Ordenó a Héctor que baje sus armas, suba a un caballo con un guardia y que lo siga. Sería atendido por su médico personal. El macedonio quería hablar con él...
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